sábado, 29 de abril de 2023

JOCS FLORALS. PROSA EN CASTELLANO. ARTUR PORTA - 2ºESO

 PRIMER PREMIO JOCS FLORALS 2023

CATEGORÍA PROSA EN CASTELLANO

ARTUR PORTA LEGUEY - 2o ESO



Hace tiempo alguien me dijo que si deseabas algo muy fuerte podías conseguir que se cumpliese.

La verdad es que, en ese momento no hice mucho caso de esas palabras pero ahora desde la dimensión en la que me hayo me doy cuenta de cuánta verdad había en esa sentencia.

Siempre he sido un niño fuerte y sano. Muy activo y muy deportista. Muy de estar con mis amigos riendo, jugando y pasando buenos ratos.

En mi familia he sido un niño muy querido y muy deseado porque mis padres pensaban que no podrían tener hijos así que cuando el test de embarazo dio positivo en aquel resultado fue el momento más feliz de sus vidas. Así he sido yo. Les he dado a mis padres el mejor y el peor momento de sus existencias.

Todo empezó un día durante el recreo. Era el primer descanso de la mañana. Mi madre me había preparado un bocata de lechuga, tomate y atún con mayonesa, mi preferido, y me lo había comido en un santiamén así que me quedaba todavía mucho rato para jugar con mis amigos e, incluso me daría tiempo de ir a saludar a Rebeca, una amiguita especial que me ilusionaba y que me parecía la más simpática y bonita de todo el colegio. Estaba corriendo detrás del balón, Alberto y Germán venían tras de mi para arrebatármelo y mis compañeros de equipo de habían quedado rezagados en la otra mitad del campo pintado con tiza en el suelo. Estaba prácticamente llegando a la portería. Habían puesto a Sergio de portero por lo que, unos metros más y el gol estaba asegurado. Sin embargo, a pocos pasos de la línea de meta, cuando me disponía a chutar la pelota y disfrutar de mi victoria, mis piernas flaquearon y lo siguiente que recuerdo…

Mi siguiente recuerdo fue un dolor intenso en la nariz y la voz de mi madre repitiendo mi nombre entre sollozos y diciéndole a mi padre que ya me había despertado.

Me pareció rarísimo. Nunca habían reaccionado de ese modo cuando me despertaba por las mañanas y, al ir a hablar para preguntar qué les pasaba, entendí la procedencia del dolor de nariz. Era una mascarilla de oxígeno que se ajustaba a mi cara presionándome el tabique nasal, tapándome la boca e impidiéndome hablar.

No había pasado demasiado tiempo desde mi recuerdo anterior en el patio del colegio. Tan sólo unas horas. Pero ese fue el principio de la historia que te quiero contar: el día en que cumplí el gran sueño de mi vida.

A estas alturas, tal vez imaginas que mi sueño era conocer a un jugador de fútbol famoso o jugar un partido en un gran estadio de mi país. Pero no. A mi siempre me han apasionado los coches y la mayor ilusión que yo podía imaginar, el sueño dorado para mi era correr en el circuito de Nürburgring con un deportivo Mercedes GTR AMG Black Series. Para ello aún faltaban unos años, por lo menos hasta que cumpliese los dieciocho y tuviese mi licencia de conducir.

En los días siguientes a mi caída en el colegio y posterior ingreso en el hospital, pasé por varias pruebas médicas, muchos doctores vinieron a visitarme a mi nueva habitación. Un espacio enorme, que mi madre se encargó de decorar con posters de mis coches favoritos, con fotos de los jugadores de fútbol más famosos y trajo mi consola y mis juegos preferidos. Supongo que lo hizo para disimular la cantidad de máquinas y aparatos grandes y extraños, la mayoría de los cuales estaban conectados a mi de una u otra manera.

Había una cama vacía pero, aunque me hubiese encantado tener un compañero de habitación que hiciera más amena mi estancia en el hospital, nunca llegó a ocuparse porque decían que mi enfermedad era altamente contagiosa entre los niños de mi edad. Algo relacionado con la sangre pero, la verdad es que nunca llegué a entender del todo en qué consistía esa enfermedad. Sólo sabía que preocupaba mucho a los mayores.

En esos días mi padre, aunque seguía haciendo las mismas bromas conmigo, ya no tenía el mismo brillo en los ojos de siempre y mi madre se adelgazó tanto que se le marcaban los huesos de la clavícula y se le veía un círculo muy oscuro debajo de los ojos.

Fueron pasando los días, seguían las pruebas médicas, algunas muy dolorosas pero me recompensaban después con algún capricho así que el mal rato, en cierta manera, merecía la pena.

De repente, un día me avisaron de que las pruebas cesarían y me administrarían una medicación que haría que los dolores desapareciesen. Sinceramente, no entendí por qué, sí existía algo así, no me lo hubiesen dado antes.

Empezaron a ser todos mucho más amables, cariñosos y simpáticos conmigo. Me colmaban de atenciones.

Y un día me dormí. Y cuando desperté me habían llevado de viaje hasta el circuito de carreras al que siempre había soñado ir: El circuito de Nürburgring. Estaba asombrado y feliz. Era mucho más grande de lo que jamás habría imaginado.

Cuando me disponía a acomodarme en las gradas para disfrutar de la carrera de coches, uno de los corredores más famosos de todos los tiempos, el gran Ken Block, se acercó a mi, me cogió de la mano y, con el permiso de mis padres, me llevó hasta su coche y me invitó a entrar y situarme en el asiento del conductor: “Hoy es tu gran día, conduces tú. Demuéstrales a todos lo que sabes hacer” 

¡No me lo podía creer! ¡Mi sueño se estaba haciendo realidad! Me ajusté el cinturón, me coloqué en la parrilla de salida con el resto de corredores y, tan pronto como el semáforo cambio a luz verde apreté el acelerador con todas mis energías. Era la primera vez que conducía, pero lo había visto hacer a mi padre, a mi madre y al chófer del autocar escolar muchas veces, así que sabía perfectamente lo que tenía que hacer y cómo. Y con Ken Block a mi lado y sabiendo que mis padres me observaban desde las gradas, me sentía seguro. 

Empecé a adelantar a los otros coches y a disfrutar de la velocidad. Fueron los minutos más emocionantes que había vivido en toda mi vida.

Al acabar la carrera y descender del coche pude deleitarme con los vítores del público y gozar mi victoria. El público me aplaudía con ganas. Oía sus gritos, los aplausos y, de repente, todo quedó en silencio. Un silencio largo, seguido de un pitido interminable. Y, no sé qué pasa pero escucho el llanto de mi madre y los lamentos de mi padre. Oigo cómo las enfermeras avisan a los médicos. El doctor Salmerón me está agarrando la muñeca con dos dedos mientras consulta un reloj y niega con la cabeza…

Todo se está volviendo muy oscuro…